¿Vale la Pena el Esfuerzo de cultivar escuelas o redes modelo para el cambio sistémico?

 La pregunta resuena con frecuencia en los debates sobre reforma educativa: ¿Tiene sentido invertir tiempo, recursos y esperanzas en escuelas o redes modelo si, a primera vista, el sistema educativo general parece incapaz de absorberlas o replicarlas a gran escala? La respuesta, al explorar las dinámicas profundas del cambio y la innovación, es un rotundo sí. Estos esfuerzos, lejos de ser gestos aislados o utópicos, son apuestas cruciales por un futuro transformador, cuyos frutos se cosechan de maneras a menudo inesperadas pero profundamente significativas.

Es cierto que la historia de la innovación educativa nos muestra un panorama complejo. Como señala Andy Hargreaves (2024), las innovaciones que surgen «de abajo hacia arriba» –desde el corazón mismo de las aulas o escuelas pioneras– a menudo luchan por trascender sus propios muros. Su diseminación puede ser limitada, y en ocasiones, la implementación en otros contextos resulta superficial. El sistema, en su vasta inercia, no siempre adopta estos faros con la celeridad que sus impulsores desearían.

Sin embargo, desestimar estas iniciativas pioneras por no lograr una generalización instantánea sería un error de miopía. Muchos de estos «experimentos innovadores» son catalogados como «atípicos» u «outliers», entidades singulares cuya luz parece extinguirse cuando los líderes carismáticos se mueven, los fondos se agotan o el apoyo político mengua. Pero esta visión no capta la totalidad de su impacto. Estas escuelas no desaparecen sin dejar rastro; su influencia puede ser más sutil, pero no por ello menos poderosa.

Aquí radica uno de sus valores fundamentales: las escuelas innovadoras actúan como verdaderas «incubadoras para nuevos líderes». Los educadores y directivos que se forjan en estos entornos de vanguardia internalizan visiones y prácticas transformadoras. Cuando estos líderes ascienden a posiciones de mayor responsabilidad dentro del sistema, llevan consigo esas «ideas transformacionales», capaces de moldear nuevas políticas y enfoques educativos desde adentro. Las prácticas mismas, aunque no se repliquen idénticamente, pueden convertirse en «incrustaciones de innovación» dentro de otras escuelas, pequeñas semillas de cambio que germinan en terrenos diversos.

Es precisamente en la acumulación de estas «incrustaciones» donde reside un potencial transformador a largo plazo. Tom Hatch nos recuerda que si estos micro-desarrollos logran unirse de manera coherente, pueden generar oportunidades imprevistas para mejoras sistémicas a gran escala (2022). Esto no sucede de la noche a la mañana, sino «cuando llega el momento» («when the time is ripe»), cuando el sistema está más receptivo o cuando las condiciones son propicias.

Además, las innovaciones que surgen desde la base tienen la capacidad de «extenderse de forma difusa». Sus defensores y practicantes se convierten en una suerte de «células durmientes» dentro de estructuras más tradicionales. Estas células, portadoras de un ADN innovador, pueden «dar vida a esos sistemas cuando asumen más poder más adelante en sus carreras», activando el cambio desde múltiples puntos.

Las redes de innovación juegan también un papel crucial. Su objetivo no es solo difundir las mejores prácticas existentes, sino estimular y descubrir las «próximas prácticas», aquellas que aún no han sido inventadas o plenamente comprendidas. Si bien algunas redes pueden permanecer como «válvulas de escape» para los más rebeldes, existe una vía más prometedora: aquellas que trabajan «en asociación con la política, pero son algo independientes de ella». Estas redes, que operan con un grado de autonomía pero en diálogo con las estructuras de gobierno, tienen «mayores posibilidades de impacto, difusión y sostenibilidad». Pueden catalizar cambios generalizados en la conciencia, la comprensión y las prácticas docentes, erigiéndose como ejemplos vibrantes de «Liderazgo Desde el Medio».

En definitiva, aunque la generalización inmediata de un modelo escolar innovador sea un desafío complejo y a menudo incierto, la apuesta por estas iniciativas es invaluable. Las escuelas y redes modelo no solo enriquecen la práctica local y ofrecen alternativas inspiradoras, sino que, fundamentalmente, cultivan el talento, las ideas y las prácticas que, en el momento oportuno y a través de canales diversos, pueden ser la levadura de una transformación sistémica más amplia. Son la prueba viviente de que otras formas de educar son posibles y representan un reservorio de potencial latente, esencial para la evolución futura de nuestros sistemas educativos. El esfuerzo, sin duda, vale la pena.

Referencias

Hargreaves, A. (2024). Leadership from the middle: The beating heart of educational transformation. Routledge.

Hatch, T. (2022). The education we need for a future we can’t predict. Teachers College Press.

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