Una acreditación de “mentirita”


El tema de estándares de calidad inicia su historia y  ha demostrado su eficacia en el mundo de objetos y productos inertes.  Tomemos un ejemplo de la agroindustria, me explicaba un auditor de calidad agroindustrial que un espárrago para ser aceptado en un determinado país europeo debe de  ser pelado, tener una longitud mayor a 8 centímetros y tener determinadas características.  Me comentaba que es ocho centímetros o no pasa la verificación, así de simple.  Respecto al peso por ejemplo es de 282 g. por envase.  Ni un gramo menos. Los procedimientos para procesar espárragos para exportación han sido estandarizados y el producto pasa por una revisión externa de una oficina de calidad para aprobar su comercialización.  El espárrago pasa o no pasa, en función a criterios específicos para poder competir con el mundo.  Los estándares, son claros, medibles y no negociables.
En el caso de la acreditación de las instituciones y la certificación de las personas debiera ocurrir lo mismo. Uno de los motivos de la acreditación es lograr la movilización profesional. Es decir establecer convenios con entidades  como la comunidad andina que permitan la convalidación automática de los títulos de estudiantes egresados de instituciones acreditadas.  La pregunta es ¿Si en las condiciones actuales de los institutos y universidades, con la situación de la educación básica,  tenemos “productos”, los egresados, que se encuentren capacitados para competir en igualdad de condiciones con los egresados de todo el mundo?
Si la respuesta es sí, ¡Qué alegría! Si la respuesta es no, entonces no podríamos decir que las instituciones acreditadas, por el solo hecho de serlo están en capacidad de exportar a sus estudiantes. En ese caso tendríamos que contentarnos con que la acreditación del SINEACE, sea una especia de acreditación de mentirita, esto es, que no responde a estándares mundiales.  En ese caso un tomador de decisión no podría embarcarse en esfuerzos por lograr tratados o acuerdos internacionales para la movilización profesional basada en la acreditación de las instituciones.  Por ejemplo en el libre tránsito de médicos e ingenieros por Latinoamérica, sobretodo en países emergentes como Brasil.
Entonces ¿La acreditación que reciba será de mentirita? Sea mentirita o no, mentir está mal.  Si no tiene calidad, entonces no debiera recibir ninguna acreditación, puesto que colegios, universidades e institutos, no están preparados para ser “exportables”.
En mi opinión hay otra manera de ver las cosas.  Efectivamente, la trasformación de las instituciones y universidades la realizamos para elevar la calidad a una altura global.  La acreditación es un proceso que toma muchos años, el implementar con adecuados recursos a dichas instituciones, así como renovar y desarrollar altas capacidades en los formadores. Por lo que la acreditación en estos años acentuaría uno de sus aspectos o fines, el de incentivar el esfuerzo por la calidad. Es decir, muchos acreditados inicialmente serían aquellos que se están esforzando mucho por la mejora y son capaces de demostrar cambios para mejora. Si bien no cumplan con algún o algunos estándares internacionales, pero ese esfuerzo por la mejora en entidades que han vivido presas de una inercia por años es muy loable y es semilla de transformación educativa.  Viene a mi mente, la carrera de Tecnología de Análisis Químico , que pude conocer de cerca cuando estuve a cargo de un instituto, y quizá por ser público no sea igual a lo que ofrece la misma carrera en Alemania a nivel de infraestructura y prácticas pre-profesionales. Solo uno de los insumos electrónicos costaba más de 100 mil dólares. Pero  el equipo de esa carrera ha demostrado tal nivel de desempeño que todos los estudiantes tienen empleo al finalizar el 3er año de estudios, debido al esfuerzo de los estudiantes, trabajo del equipo docentes. Por lo que merecería ser acreditado, después de cumplir todos los estándares del CONEACES.
A lo dicho se añade lo que me decía José Joaquín Brunner hace unos días: los estándares de cada modelo debieran medir también el esfuerzo por cerrar las brechas de aprendizaje que tienen los estudiantes. Por ejemplo, sabemos que en muchos institutos y universidades entran con bajas capacidades lectoras, matemáticas y de trabajo en equipo, entonces una entidad de educación superior e en proceso de acreditación debiera de realizar acciones para desarrollar dichas habilidades en los estudiantes. Es decir,  no se hace el desentendido respecto a la deficiente formación que hayan recibido en la Educación básica regular, sino que hace todo lo que puede por cerrar brechas en esas áreas.
Lo mismo va para la certificación profesional,  si es llevada con rigurosidad, sería la garantía de calidad de que el “esparraguito”, con el que comenzaba la reflexión, es exportable y puede competir con cualquier espárrago del planeta.
Ello implica que los estándares o competencias profesionales sean validados y realizados en comparación con los estándares del mundo, y evaluados con rigurosidad. La validación del perfil de competencias realizada por los colegios profesionales en el caso del CONEAU, pasando por aquellos que realiza el CONEACES y el IPEBA , debiera hacerse con la mayor  cantidad de expertos del mundo laboral. Ello implicaría aceptar que del grueso de ingresantes, si utilizamos estándares mundiales, ya sea de médico, ingeniero, enfermera técnica, prótesis dental, por sólo decir algunos casos,   solo un mínimo porcentaje del total de egresados, por estos años,  se certificaría. No debiéramos buscar que todos lo hagan y forzar el proceso.  Hay que ser realistas, exigentes, pero realistas. Poner el hombro para trabajar en la reforma de la educación técnica y profesional, arar, arar y saber esperar con paciencia la cosecha, que llegará, se los aseguro. 

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